jueves, 14 de mayo de 2009

HISTORIA DE LA PEDAGOGIA EN MEXICO

Alvaro Marín Marín
Abril de 2005

El presente artículo es un avance de investigación que pretende, al mismo tiempo, funcionar como esquema para la redacción de una obra mayor, que sirva como libro de texto a los estudiantes de la licenciatura en Pedagogía de todas las universidades de nuestro país, así como a los profesores que estudian en la Universidad Pedagógica Nacional; en vista de que hasta la fecha no se ha producido una obra completa que abarque la historia de esta disciplina en los siglos XIX y XX en México.
Problema básico para iniciar el estudio que nos interesa, es la definición misma del concepto "pedagogía", ya que la mayoría de quienes tratan el tema se refieren indistintamente a educación, teoría educativa, ciencias de la educación, pedagogía, teoría de la enseñanza, etc. Lo anterior únicamente significa que aún no está deslindado con precisión el campo de la Pedagogía y que ésta no acaba de separarse de las disciplinas que la generaron en su pasado remoto y continúan sirviéndole de sustento y apoyo: la filosofía y la psicología.
Díaz Barriga incluso, subraya una falta de distinción conceptual entre Pedagogía y Didáctica desde la época de Comenio por ejemplo. Como nos interesa entrar directamente al problema, no nos detendremos en alegatos conceptualizadores más o menos sutiles, sino que, recurriremos a la sabiduría de dos personalidades que han reflexionado sobre el tema con acierto, a nuestro juicio; así, Ricardo Nassif en su libro Pedagogía General, pp. 69 y ss. considera dos ramas principales: la pedagogía teórica (filosofía de la educación, ciencia de la educación, historia de la educación e historia de la pedagogía), y la pedagogía tecnológica (metodología educativa, organización educativa).

Por su parte Emile Durkheim en Teoría de la Educación y Sociedad dice que no debemos confundir educación y pedagogía, en vista de que la primera es la acción ejercida sobre los niños por sus padres y los adultos en todos los períodos y momentos de la vida, mientras que la pedagogía no consiste en acciones, sino en teorías. Estas teorías son maneras de concebir la educación, no maneras de practicarla. Así pues, la educación es la materia de la Pedagogía y ésta, una manera de reflexionar sobre aquella.
En nuestro país, quienes han reflexionado sobre educación en el siglo pasado y gran parte del actual han sido políticos, novelistas, historiadores, legisladores, profesores y gente talentosa dedicada al ejercicio profesional de muy diversas disciplinas, porque la carrera de Pedagogía comenzó apenas a impartirse en la UNAM en la década de los sesentas.
A no dudarlo, el primer gran pedagogo mexicano del siglo pasado fue el cura Hidalgo, interesado como estaba en mejorar la vida de los indígenas y castas, primero capacitándolos en pequeños oficios y artesanías para que aumentaran sus menguados ingresos, y después enseñando a toda la nación, la importancia de liberarnos del yugo colonialista hispano y, tratando de devolver con la libertad de los esclavos y las tierras a los indígenas, la dignidad a nuestro pueblo.
Siguió Morelos con sus Sentimientos de la Nación, dados a conocer el 14 de septiembre de 1813, donde el punto décimo segundo decía: "Que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, aleje la ignorancia, la rapiña y el hurto".
Mientras que el décimo quinto ordenaba: "Que la esclavitud se proscriba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud".

En una sociedad tan ignorante y atrasada como era la mexicana a fines de la Colonia, las metas que se proponía alcanzar Morelos no eran pequeñas ni mezquinas; deseaba transformar un país de siervos y vasallos en otro de ciudadanos conscientes y libres colaborando plena y voluntariamente en una sociedad democrática.
Como un elemento de transición entre el agonizante pasado colonial y la recién lograda Independencia, encontramos en primera fila a don José Joaquín Fernández de Lizardi, activo intelectual que se dedicó al periodismo, la administración pública y la novela bajo el mismo común denominador: la crítica del antiguo régimen, sus instituciones y las formas de educación y socialización que permitían destacar no a los más capaces, sino a los más cínicos, relegando a los profesores, a la última clase de la sociedad.

En su novela La Quijotita y su prima, publicada en 1819, critica la educación femenina de entonces y establece, mediante un contra punto su ideal en este campo: para salir adelante con dignidad, la mujer debe recibir una educación intelectual, moral y técnica que le permita desenvolverse y, en caso de necesidad, trabajar honestamente.
Una vez que México consiguió su independencia política de la decrépita potencia que nos sojuzgaba, José María Luis Mora incluyó en la agenda de la reforma social el problema educativo y la reforma escolar con el fin de acelerar el derrumbe del nefasto pasado que se negaba a morir.
La educación entonces estaba peor repartida que la riqueza, pues España había basado en la ignorancia de las mayorías su dominio colonial, creyendo que la ignorancia era el medio más seguro para impedir la emancipación de América.
Por tanto, don José María Luis Mora creyó que el mejor antídoto contra el colonialismo y la pobreza era la educación popular: "Para llevar a cabo la obra de la regeneración es preciso formar un espíritu público, es preciso grabar en el corazón de cada individuo que sus leyes deben respetarse como dogmas; en una palabra, es preciso que las luces se difundan al máximo posible".

Los pocos privilegiados que asistían a la escuela -todavía bajo la normatividad colonial- de cualquier manera no recibían nada positivo pues se les predicaba encierro, recogimiento, quietud y silencio, se les hablaba de santos y devociones pero, "nada se les hablaba de patria, de deberes civiles, de los principios de la justicia y del honor; no se les instruye en la historia, ni se les hacen lecturas de la vida de los grandes hombres, a pesar de que todo esto se halla en relación con el género de vida a que están destinados la mayor parte de los educandos". (José Ma. Luis Mora, Obras Sueltas, México, Porrúa, 1963, p. 461).
Mora deseaba que la educación nacional se modernizara dejando atrás las costumbres coloniales, por lo que contribuyó a democratizar la enseñanza prohibiendo a los profesores que castigaran físicamente y vejaran a los estudiantes; suprimiendo vestiduras talares y uniformes, fomentando el principio de igualdad, aboliendo la asistencia obligatoria a misas y fiestas extra-clase; cancelando días festivos y puentes, reduciendo las vacaciones y evitando, en lo posible, cualquier pérdida de tiempo.
En lo que respecta a la educación básica, la Independencia trajo consigo novedades importantes: los ingleses Lancaster y Bell nos enseñaron la pedagogía lancasteriana, su modelo pedagógico trasladaba al campo educativo los esquemas organizativos de las factorías anglosajonas con el gerente a la cabeza, los supervisores, los capataces y los obreros.
En la escuela de modelo lancasteriano, el gerente es el profesor que dirige y regula el trabajo diario; los supervisores son los monitores de orden, muchachos mayores que controlan -incluso a varazos- a todos los chiquillos, los capataces tienen su equivalente en los monitores que transmiten las indicaciones de trabajo y supervisan el cumplimiento de la faena de los estudiantes, quienes, finalmente, representan a los obreros de una factoría por estar en la base de la organización, no participar en las decisiones de la gerencia, pero sufrir todas las consecuencias y estar obligados a respetar las órdenes "de arriba" sin chistar.
De este modo, el modelo pedagógico medieval de la escuela como convento, era sustituído, muy atinada y oportunamente por cierto, por el modelo de factoría anglosajona, con todas las consecuencias que esto implicaba, desde el cambio de principios hasta los objetivos y forma de organizar el trabajo.
Del ideal católico de perfección se pasaba al pragmatismo inglés que busca la utilidad, la eficacia, la eficiencia y el máximo rendimiento con la menor inversión, lo que sucedía en la escuela lancasteriana, pues sólo necesitaba un profesor por cada trescientos alumnos, método ideal en una sociedad en la que sólo sabían leer y escribir sesenta mil personas de una población de siete y medio millones.

La ausencia del presidente Santa Anna en 1833, permitió que el vicepresidente don Valentín Gómez Farías quedara a cargo del gobierno de la república, oportunidad que fue aprovechada para aplicar un programa de reforma liberal avanzada de la sociedad que todavía entonces no era sino el virreinato de la Nueva España, con algunos deseos vagos de que aquello fuese otra cosa, como afirmó alguna vez Lorenzo de Zavala.
El programa proponía garantizar las libertades de prensa y opinión, abolir los privilegios del clero y la milicia, suprimir las instituciones monásticas, separar al Estado de la Iglesia, privatizar los bienes de comunidades y aplicar el modelo liberal al sistema educativo.
La pedagogía liberal implicaba suprimir todo aquello que no fuera congruente o se opusiera al modelo de capitalismo librecambista, por lo que, la Real y Pontificia Universidad de México fue clausurada por "inútil, perniciosa e irreformable", al tiempo que se promulgaba el 23 de octubre de 1833, la creación de seis nuevas escuelas superiores como una de las primeras iniciativas culturales de un gobierno mexicano.
Se prescribía también la creación de la Biblioteca y el Teatro nacionales, la reforma del Museo de Historia y el Gabinete de Historia Natural, la fundación de dos escuelas normales, de escuelas primarias para niños en los lugares donde hicieran falta, así como dos escuelas nocturnas para adutos que se establecerían en el ex-Hospital de Jesús y en el ex-Convento de Belén, con un horario de siete a diez de la noche y un programa que enseñaba a leer, escribir, las cuatro reglas de aritmética y el dibujo lineal, ofreciendo a los asistentes papel, tinta, plumas y lápices, materiales escasos y costosos en aquél entonces. (José María Luis Mora, Obras Sueltas, México, Porrúa, 1963, pp. 475-476).

Como vemos, los liberales mexicanos de entonces tenían muy claras sus ideas y bien definidos sus objetivos: para acabar con el pasado colonial, deberían educar al pueblo formándolo desde arriba, suprimir legislativamente a los actores colectivos, disolver los valores de la cultura tradicional, así como universalizar la economía de mercado basada en los intercambios monetarios y la propiedad privada, que rompió definitivamente las antiguas relaciones.
El modelo pedagógico liberal fue apoyado por las mayorías debido al énfasis que puso en la educación universal laica, así como por su matiz democrático-optimista que insistía en que cualquiera podía alcanzar mediante un pequeño esfuerzo, lo que antes se reservaba a unos cuantos.
Con todo y que la reforma liberal fue derrotada militarmente por la reacción conservadora, al final triunfó, pues logró inscribir en la memoria histórica de la nación mexicana los principios pedagógicos básicos que regirían los proyectos educativos nacionales para los siguientes doscientos años:

a) Los mexicanos somos un pueblo celoso de nuestra libertad política y nuestra independencia económica;
b) El pueblo mexicano es profundamente republicano y aspira a vivir en la democracia;
c) La educación nacional deberá regirse por los principios de: laicismo, gratuidad, obligatoriedad, universalidad.
d) La educación es un derecho de todos los mexicanos y por tanto es responsabilidad del Estado garantizarla.
El modelo pedagógico y las ideas liberales se extendieron a pesar de todo, gracias a la acción discreta pero eficiente de los Institutos Científicos y Literarios como los de Guadalajara, Chihuahua y Estado de México que se fundaron en 1827; el de Zacatecas de 1832, y el de Coahuila, fundado en 1838; así como por las Normales lancasterianas que llevaron las nuevas ideas y principios a Sonora en 1847 y a San Luis Potosí en 1849.

No obstante los avances que trajo a la educación nacional la aplicación del modelo pedagógico liberal, resultaba evidente que los cambios no serían inmediatos ni tan radicales como algunos desearan, ya que algunos sectores de la sociedad permanecían al margen del sistema educativo y su formación era tan deficiente como en la época colonial; concretamente las mujeres y los indígenas, eran tratados conforme a los cánones más atrasados.
El escritor jalisciense Fernando Calderón, a mediados del siglo pasado, ridiculizaba a las familias pequeño-burguesas por educar a las muchachas con lecturas desordenadas, sin ningún método ni fin determinado en el orden social aparte del aún tradicional "mientras se casa"; como lo demostró la licenciada Sahagún Tinoco en su artículo sobre la Educación Femenina del siglo XIX.
La pesada herencia colonial estaba tan arraigada aún entre las clases económicamente poderosas, que se imponía como inevitable rutina incluso sobre los hijos de los ricos, como lo afirma don Guillermo Prieto en sus Memorias de mis tiempos, cuando recuerda sus estudios primarios, al mencionar que si bien no se incurría en excesos no faltaban tampoco la palmeta, la disciplina y el encierro.
Por tanto, la tradición liberal debió transformarse en ley y, mediante el artículo tercero de la Constitución promulgada el cinco de febrero de 1857, decretar: "La enseñanza es libre, la ley determinará qué profesiones necesitan título para su ejercicio y con qué requisitos deben expedirse".
La misma Carta Magna prohibía, en su artículo quinto los votos monásticos y la participación de las instituciones religiosas en la enseñanza; el artículo trigésimo segundo apoyaba el establecimiento de Colegios y Escuelas prácticas de Artes y Oficios; mientras el trigésimo séptimo proponía premiar a los ciudadanos distinguidos en las artes, las letras, las ciencias y la educación.
Como puede observarse, la Iglesia católica era percibida correctamente como uno de los obstáculos más formidables al cambio y un enorme freno al progreso nacional. Esto resultó evidente cuando la Iglesia apoyó a sectores reaccionarios del ejército para que se opusieran con las armas en la mano al nuevo orden jurídico, y promovió la aventura intervencionista francesa y la gran farsa de nombrar a un austríaco "emperador" de México, cuando nuestro presidente era el benemérito Juárez.
Una vez que los liberales triunfantes encabezados por el presidente Benito Juárez entraron a la ciudad de México el 15 de julio de 1867, el Ministro de Justicia e Instrucción Pública don Antonio Martínez de Castro dispuso, por instrucciones presidenciales y dentro del marco de la Ley Orgánica de Instrucción Pública, que se formara una comisión, encabezada por don Gabino Barreda, para reformar la educación media.
Ilustre médico poblano, don Gabino Barreda había escuchado en Francia las conferencias de Augusto Comte y, entusiasmado por la filosofía positivista, encontró en ese momento la valiosa oportunidad de ponerla en práctica.

La Escuela Nacional Preparatoria inició sus labores el 1o. de febrero de 1868 en el edificio del Antiguo Colegio de San Ildefonso; su currícula se caracterizó desde un principio tanto por el enciclopedismo como por su estricto apego al método científico, como un medio para superar disputas estériles y conflictos de carácter religioso, que tantos muertos habían ya generado desde que empezó la lucha por la Independencia y aún antes.
La pedagogía positivista y sus promotores, consideraban que era necesario enseñar los métodos de experimentación y deducción a los mexicanos para que dejaran de explicarse mágicamente el universo y la vida social. El hombre debía usar la inteligencia para descubrir, mediante el método científico, las leyes generales del mundo.
La clasificación comtiana de las ciencias jerarquiza a éstas en un orden lógico que va de las más abstractas a las más concretas y complejas, empezando por las Matemáticas y terminando en la Sociología. Esta misma clasificación es recomendada para aplicarse en el Plan de Estudios de la Preparatoria.
El sistema positivista, aplicado a la educación, supone que cada ser humano en lo particular reproduce la historia de la humanidad, por lo que, la mejor educación será una aplicación inteligente de la ley de los tres estados, dividiendo la vida humana escolar en infancia, adolescencia y juventud.
Durante la primera etapa, la educación tendrá que ser informal y sistemática, para sacar al niño de su etapa más primitiva y conducirlo con éxito a la segunda y tercera, donde podrá asimilar conocimientos verdaderos basados en la ciencia. El modelo pedagógico positivista fue tan exitoso, que su estructura básica todavía se refleja en los programas y planes de estudio de las escuelas mexicanas, incluyendo las controladas por el clero católico.
Dentro del exitoso y omnipresente paradigma pedagógico positivista, brillaron con luz propia expertos de muy diversas disciplinas que contribuyeron a desarrollar la pedagogía mexicana; así, el médico Manuel Flores fue el primero en usar el nuevo concepto en nuestro país al publicar su Tratado elemental de Pedagogía en 1887.
En esta obra, el doctor Flores muestra la influencia de Spencer y Stuart Mill, con cuyo auxilio expone las bases de la enseñanza objetiva basada en el "realismo pedagógico", el cual debe poner en juego las facultades del niño, desarrolladas mediante una educación física, moral e intelectual que substituya los antiguos y bárbaros castigos corporales, fortaleciendo la voluntad con medios adecuados y buenos fines.
Sin embargo, el problema de la Pedagogía como disciplina, profesión, campo de estudios y objeto teórico ya estaba en el ambiente educativo mexicano cuando menos desde 1885, cuando en la Escuela Modelo de Orizaba, el profesor de origen alemán Enrique Laubscher fundó una Academia para actualizar a profesores en servicio, mediante un Programa de Ciencias Pedagógicas en donde se hacía una introducción general a la Pedagogía, se conceptualizaban sus componentes principales y se exponían los fundamentos de la enseñanza objetiva.
El pedagogo suizo Enrique C. Rébsamen empezó sus disertaciones públicas ese mismo año en Veracruz, a partir de la idea de que nuestro país necesitaba consolidarse políticamente sobre la base de la unidad intelectual y moral. Dividió a la Pedagogía en: general, histórica y práctica, y distinguió entre educación e instrucción, entendiendo a ésta como simple adquisición de conocimientos, mientras que aquella significa desarrollo gradual y progresivo de las facultades humanas.
El abogado veracruzano Carlos A. Carrillo es ampliamente conocido entre los profesores mexicanos por sus constantes esfuerzos en favor de la educación universal, la reforma escolar y el mejoramiento del pueblo por la escuela. El maestro Carrillo fue traductor, publicista de las nuevas ideas educativas a través de periódicos que él mismo fundó, profesor y funcionario.
El abogado campechano don Joaquín Baranda fue otro educador destacado que, desde diferentes posiciones tales como el Congreso, la Judicatura, el gobierno de su Estado y la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, aplicó importantes medidas para reorganizar el sistema educativo nacional, de las que podemos destacar:
a) Impulsó la instrucción primaria apoyando la formación de profesores;
b) Propuso que por ley, la educación básica fuera obligatoria, gratuita y laica;
c) Convocó y financió los dos grandes Congresos Pedagógicos del porfiriato, que definieron el rumbo de la política educativa del momento.
Don Justo Sierra Méndez, campechano y abogado también, dedicó su vida a tratar de resolver algunos de los grandes problemas educativos de México; como diputado propuso y defendió, hasta verlo convertido en leyes, el principio de la enseñanza primaria obligatoria, gratuita y laica; como subsecretario de Instrucción, presidió y orientó los dos Congresos Pedagógicos más importantes del siglo pasado; como Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, logró la creación de la Universidad Nacional de México, sin ningún nexo con la vieja "Universidad" colonial, y con el apoyo académico de la moderna Universidad de California en Berkeley.
Aunque poco conocido en su faceta de educador, el poeta y político veracruzano Salvador Díaz Mirón, que nació el 14 de diciembre de 1853 en la ciudad de Veracruz del matrimonio de Manuel Díaz Mirón y Eufemia Ibáñez, fue director del Colegio Preparatorio de Jalapa en 1912, donde además impartió clases de historia y literatura, al tiempo que continuaba sus trabajos de escritor en su quinta "Santa Rosa".
En 1916 se trasladó a la Habana donde se negó a recibir una pensión del gobierno cubano, pero en cambio aceptó dar clases de francés, historia universal y literatura en la Academia Newton, dirigida entonces por don Tomás Segoviano.
Nada mejor para conocer las ideas pedagógicas de Díaz Mirón que uno de sus poemas:

De la materia resistente y bella
tomad lo que más dura y más encanta:
si sois piedra, sed mármol; si sois planta,
sed laurel; si sois llama, sed estrella.

Con los albores del nuevo siglo, comenzaron a aparecer en nuestro país modelos pedagógicos sustentados en diferentes tipos de socialismo y aún del anarquismo, como la llamada escuela racionalista, que comenzó a aplicarse en la Casa del Obrero Mundial en 1912, fue aclimatada en Yucatán por José de la Luz Mena quien recibía el apoyo político del gobernador Felipe Carrillo Puerto, e introducida en Tabasco por Tomás Garrido Canabal. La CROM la apoyó hasta 1923 y comenzó a rechazarla el año siguiente, cuando adoptó las tesis de la escuela proletaria socialista explicitadas por Vicente Lombardo Toledano.
La escuela racionalista predicaba que la religión deforma las mentes de los niños por obligarlos a aceptar dogmas sin fundamento, por lo que sugería enseñar con base en el método científico y los métodos de la escuela activa.
Casi al mismo tiempo, se afianzaban en México las enseñanzas de los pastores presbiterianos y bautistas mexicanos educados en instituciones norteamericanas, quienes trataban de difundir los principios éticos de Lutero mediante el periodismo, la evangelización y el sistema escolar.
Para 1913, los misioneros protestantes tenían en México 614 escuelas de preescolar, primaria y secundaria, con predicadores tan activos como Andrés Osuna, Samuel Inman, Alfonso Herrera, Benjamín Velasco, José María Cárdenas, Juana Palacios, Blanch Bonine, Gregorio Torres Quintero y Moisés Sáenz.
El maestro Sáenz llegó a la subsecretaría de Educación Pública en 1925, comenzó por rodearse de un grupo compacto de correligionarios que consideraban a la Iglesia católica como el obstáculo más formidable para el progreso de México; por tanto, decidieron aprovechar el conflicto cristero contra el gobierno para iniciar una nueva evangelización, en la cual la escuela rural sustituyera a la institución católica como instrumento de acondicionamiento social, usando a los maestros "misioneros" como propagandistas de la nueva fe, la cual debía transformar a millones de indígenas atrasados en granjeros modernos: activos, emprendedores, responsables, abstemios, ahorrativos, sobrios.
Para simbolizar las nuevas tendencias de la educación y la pedagogía mexicanas, implantaron por decreto la escuela activa de John Dewey, y transformaron muchos antiguos templos católicos en escuelas y bibliotecas, que ayudarían a surgir la "verdadera" mexicanidad.
No obstante, cuando el callismo fue desplazado por los cardenistas, estos educadores-evangelizadores tuvieron que dejar la tarea inconclusa y pasar el control de la SEP a los radicales que proponían diversas variantes del modelo pedagógico socialista.
Así, el Congreso Pedagógico de Jalapa celebrado en julio y agosto de 1932, recomienda continuar la lucha contra el fanatismo religioso, pero desatiende el problema indígena para orientarse hacia una nueva clientela recién descubierta: los obreros y marginados urbanos, a quienes pretende educar sobre el principio de la lucha de clases, dotándolos de capacidad técnica para que los obreros mismos organicen y orienten la producción.
La Segunda Convención de Maestros reunida en Toluca del 10 al 13 de abril de 1933, continúa estos lineamientos al tiempo que sostiene el apoyo a Cárdenas y su política, al insistir en el reparto agrario, cumplimiento puntual de los artículos 27 y 123 constitucionales, la federalización y socialización de la enseñanza primaria.
A fines de ese mismo año se propone la creación de un Instituto Pedagógico que coordine la investigación y experimentación en este campo. Al mismo tiempo, importantes fuerzas y organizaciones sociales estaban promoviendo la reforma del artículo tercero constitucional en sentido socialista, la cual tuvo lugar en octubre de 1934, unos cuantos meses antes de que Lázaro Cárdenas tomara posesión como Presidente Constitucional.
Mientras en la capital del país se discutía con entusiasmo la conveniencia o no de hacer una reforma educativa de profundos alcances, la educación diaria de los niños y niñas mexicanas estaba en manos de maestras como la profesora Alicia Moreno Lara, quien dirigió en la ciudad de Veracruz el Colegio para niñas Josefa Ortiz de Domínguez.
La profesora Moreno Lara, por su formación normalista, profunda cultura y amplia práctica docente y administrativa, estaba convencida que, ningún método, doctrina o sistema, por más perfecto que fuera, podría sustituir la sensibilidad, cultura y comprensión del medio social de los alumnos que todo buen profesor debe tener.
La profesora Moreno Lara predicó con el ejemplo y, aparte de dirigir con mucho acierto su colegio, escribió un libro de Moral para niñas que usaron sus alumnas de tres generaciones, completó las materias del currículum oficial con clases de piano, canto e inglés que ella misma impartía, y logró prestigiar tanto a su escuela, que padres de familia de todos los niveles sociales, luchaban por inscribir a sus niñas en ella.
Además de muchos reconocimientos y honores, la profesora Alicia Moreno Lara dejó una gran huella tanto en su Colegio, como en sus alumnas y en la ciudad de Veracruz, donde una calle lleva su nombre.
Volviendo a la política nacional, el Segundo Congreso de Estudiantes Socialistas de México, realizado en 1935, propuso a las autoridades educativas basar la enseñanza en el materialismo dialéctico, con la finalidad de sustituir el actual régimen social por otro en el cual la riqueza se distribuya más equitativamente.
En 1936 fue creado en la ciudad de México el Instituto Nacional de Psicopedagogía, para dar apoyo teórico a la Escuela Socialista, que había surgido de la reforma al artículo tercero constitucional. El 18 de julio de ese año, don Miguel Huerta Maldonado hizo el discurso inaugural en el Palacio de Bellas Artes, frente al Secretario de Educación don Gonzalo Vázquez Vela.
Los objetivos del Instituto Nacional de Psicopedagogía eran estudiar científicamente los problemas educativos de México y llevar a la práctica los resultados de estos estudios. Durante el sexenio de Ávila Camacho, el Instituto organizó el Museo Pedagógico Nacional, que se escindirá años después; y los laboratorios de Pedagogía y de Estudios Económicos y Sociales. Durante los años 1947 a 1961, el Instituto publicará una revista especializada que sirvió de foro a muchos educadores mexicanos.
En el sexenio de López Mateos, el INP recibe el apoyo gubernamental para ofrecer servicios de consulta pública mediante sus clínicas de ortolalia, y asume funciones universitarias al impartir cursos de actualización pedagógica al magisterio en servicio, cuyo valor escalafonario era muy alto, al decir del maestro Pescador Osuna, pues otorgaba sesenta puntos, cuando la publicación de un texto educativo equivalía a tres puntos.
Con estos cursos, las conferencias que impartía mediante invitados extranjeros de alto nivel, así como con la creación en 1965 del Centro Nacional de Documentación e Información Educativa, el Instituto Nacional de Psicopedagogía, se convierte en el inmediato antecesor de la Universidad Pedagógica Nacional.
En el ámbito universitario, la Pedagogía era estudiada como posgrado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM hasta 1955, fecha en que es creado el Colegio de Pedagogía cuya experiencia permite surgir en 1959, bajo la administración del doctor Francisco Larroyo, la idea de fundar una licenciatura en Pedagogía, concediéndose a los licenciados el título de Pedagogo, y a los estudios superiores los grados de Maestro y Doctor en Pedagogía.
La licenciatura en Pedagogía de la UNAM comenzó con el plan de 1960, reformado en 1966 y 1972; posteriormente ha sufrido modificaciones para adecuarlo a los nuevos requerimientos de nuestra sociedad.
La Universidad Pedagógica Nacional empezó a funcionar en 1978 con cinco licenciaturas, una de las cuales era la de Pedagogía; se está realizando una investigación que pretende hacer el seguimiento de sus egresados, con la finalidad de conocer de qué manera se han integrado al sistema educativo nacional.
En julio de 1995, se graduó la primera generación de egresados de la Maestría en Pedagogía de la Universidad Pedagógica Nacional; como es natural en una institución tan joven, su planta docente ha obtenido sus doctorados mayoritariamente en la UNAM y varias otras instituciones de prestigio, sin embargo se espera que para el año dos mil egresen de sus aulas los primeros doctores en Educación.
La Universidad Pedagógica Nacional también publica una revista "especializada en educación" (como afirma en su portada), denominada Pedagogía, que a pesar de las diferentes crisis económicas por las que hemos atravesado, va ya en su tercera época, con un prestigio creciente que se ha ganado a pulso, gracias a una certera dirección y a colaboraciones de alto nivel académico.
Aunque en una reciente entrevista un abogado y educador nos señalaba que, según su experiencia como funcionario educativo estatal y federal, en México ya sobran pedagogos, después de analizar la situación debió convenir que más bien la SEP no sabe dónde ubicarlos ni qué hacer con ellos, lo que puede significar que el campo científico de la Pedagogía aún no se define con claridad. Posiblemente esto sea más positivo que negativo, en vista de que si las antiguas profesiones devienen obsoletas con mucha rapidez, la Pedagogía como ciencia en construcción puede tener un gran futuro.









B I B L I O G R A F I A



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